domingo, 6 de marzo de 2011

Seis de marzo de un año desentendido


Todo es desmesuradamente insólito.

Nadie comprende nada, yo aún menos.
Me arrastro por los suelos, pienso en el infinito a la vez que me da pavor figurarlo.
Deleito sustancias tóxicas, y otras tanto dulces.
No tiene cosa amarga, es un componente afrodisíaco,
dan ganas de morderlo.
Pero no lloro, solo mi pecho está contenido.
Nadie vislumbra nada, yo menos.
Me da miedo decírtelo, aunque me encanta sonreírte.

Esta noche quizás contemplemos las estrellas juntos, quizás mañana acechemos un nuevo amanecer, dentro de cinco meses te agarre de la mano y pronuncie las palabras impronunciables.

La palabra fin acompaña a todo y a todos.
El fin de la humanidad es la muerte.
El fin de aquella almohada es desintegrarse de las plumas.
El fin de aquella almendra es ser devorada por la especie.
Mi fin será la propia tumba que me cabe, pero ese quiero que sea mi único fin, y que antes de ello sea atravesada por tu belleza simplificada en palabras, posturas semblantes, conmociones impregnando mi ser.


Me gusta gritarle al cielo y a las nubes, y ser libre como un ave.
Y correr detrás del sol, antes de que se esconda.
Dormir 24 horas seguidas, despertarme en otra ciudad, otro continente pasados 100 dias desaparecida.
Luego aparecer y saber que seguiré siendo la misma persona, que tu me seguirás acompañando no tan solo en el recuerdo sino en sustancia, una mano acariciando mi pecho y el rostro blanquecino, como una escultura de porcelana.

Soy fragilidad en psiquis pero dureza en materia.