viernes, 3 de diciembre de 2010

Armonía silenciosa


Reconocí la soledad de tus palabras.
Palabras sinceras, pero poco agradables.
Pesaban, arrastraban esa sensación de lamento, de ganas de suicidio.
Mi preocupación desbordante, ese incierto modo de ver la vida no agradaba al oido de ningún pasajero a bordo.




Yo penetraba en los pasillos de aquel barco, tenebrosos pasillos en los cuales cada grito me recordaba un pasaje mencionado por aquel suicida.
Presentía que algo malo iba a ocurrir, y así fue.
Entré en mi habitación fascinada por el gran fragor, aquellos materiales de los cuales estaba fabricada cada pieza de la embarcación chirriaba cada vez mas fuerte.
Solo se oian lamentos, más clamores.
Estábamos a punto de ser traicionados por el estruendo más grande jamás captado por la humanidad.
No fueron precisos los refuerzos, la gente no paraba quieta y las piezas cada vez se revolvían más en su desorden.

La sinfonía de violines, convertía bonitas melodías en chirriantes puertas de metal.
No afectó eso a mi persona, total ya acostumbrada a la palabra muerte, y al proceso de destrucción, rezaba tranquila mientras de rodillas nuestra muerte contaba hasta tres.
Cerré los ojos, todo era negro, y después blanco.
Nada volvió a la estridencia, si no a la armonía silenciosa.
Todo volvía a estar como al principio.



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Diálogos del idiota